sexta-feira, 13 de maio de 2016

Cantemos el oro (Rubén Darío)


¡Cantemos el oro!
Cantemos el oro, rey del mundo, que lleva dicha y luz por donde va, como los fragmentos de un sol despedazado.
Cantemos el oro, que nace del vientre fecundo de la madre tierra; inmenso tesoro, leche rubia de esa ubre gigantesca.
Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales.
Cantemos el oro, porque de él se hacen las tiaras de los pontífices, las coronas de los reyes y los cetros imperiales: y porque se derrama por los mantos como un fuego sólido, e inunda las capas de los arzobispos, y refulge en los altares y sostiene al Dios eterno en las custodias radiantes.
Cantemos el oro, porque podemos ser unos perdidos, y él nos pone mamparas para cubrir las locuras abyectas de la taberna, y las vergüenzas de las alcobas adúlteras.
Cantemos el oro, porque al saltar de cuño lleva en su disco el perfil soberbio de los césares; y va a repletar las cajas de sus vastos templos, los bancos y mueve las máquinas y da la vida y hace engordar los tocinos privilegiados.
Cantemos el oro, porque él da los palacios y los carruajes, los vestidos a la moda, y los frescos senos de las mujeres garridas; y las genuflexiones de espinazos aduladores y las muecas de los labios eternamente sonrientes.
Cantemos el oro, padre del pan.
Cantemos el oro, porque es en las orejas de las lindas damas sostenedor del rocío del diamante, al extremo de tan sonrosado y bello caracol; porque en los pechos siente el latido de los corazones, y en las manos a veces es símbolo de amor y de santa promesa.
Cantemos el oro, porque tapa las bocas que nos insultan; detiene las manos que nos amenazan, y pone vendas a los pillos que nos sirven.
Cantemos el oro, porque su voz es música encantada; porque es heroico y luce en las corazas de los héroes homéricos, y en las sandalias de las diosas y en los coturnos trágicos y en las manzanas del jardín de las Hespérides.
Cantemos el oro, porque de él son las cuerdas de las grandes liras, la cabellera de la más tiernas amadas, los granos de la espiga y el peplo que al levantarse viste la olímpica aurora.
Cantemos el oro, premio y gloria del trabajador y pasto del bandido.
Cantemos el oro, que cruza por el carnaval del mundo, disfrazado de papel, de plata, de cobre y hasta de plomo.
Cantemos el oro, amarillo como la muerta.
Cantemos el oro, calificado de vil por los hambrientos; hermano del carbón, oro negro que incuba el diamante; rey de la mina, donde el hombre lucha y la roca se desgarra; poderoso en el poniente, donde se tiñe en sangre; carne de ídolo; tela de que Fidias hace el traje de Minerva.
Cantemos el oro, en el arnés del cabello, en el carro de guerra, en el puño de la espada, en el lauro que ciñe cabezas luminosas, en la copa del festín dionisíaco, en el alfiler que hiere el seno de la esclava, en el rayo del astro y en el champaña que burbujea, como una disolución de topacios hirvientes.
Cantemos el oro, porque nos have gentiles, educados y pulcros.
Cantemos el oro, porque es la piedra de toque de toda amistad.
Cantemos el oro, purificado por el fuego, como el hombre por el sufragio; mordido por la lima, como el hombre por la envidia; golpeado por el martillo, como el hombre por la necesidad; realzado por el estuche de seda, como el hombre por el palacio de mármol.
Cantemos el oro, esclavo, despreciado por Jerónimo, arro

jado por Antonio, vilipendiado por Macario, humillado por Hilarión, maldecido por Pablo el Ermitaño, quien tenía por alcazár una cueva bronca y por amigos las estrellas de la noche, los pájaros del alba y las fieras hirsutas y salvajes del yermo.
Cantemos el oro, dios becerro, tuétano de roca, misterioso y callado en su entraña, y bullicioso cuando brota a pleno sol y a toda vida, sonante como un coro de tímpanos; feto de astros, residuo de luz, encarnación de éter.
Cantemos el oro, hecho sol, enamorado de la noche, cuya camisa de crespón riega de estrellas brillantes, después del último beso, como una gran muchedumbre de libras esterlinas.
¡Eh, miserables, beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos, vagos, rateros, bandidos, pordioseros, peregrinos, y vosotros los desterrados, y vosotros los holgazanes, y sobre todo, vosotros, oh poetas!
¡Unámonos a los felices, a los poderosos, a los banqueros, a los semidioses de la tierra!
¡Cantemos el oro!



Canción de oro - Rubén Darío

Cantemos o ouro!
Cantemos o ouro, rei do mundo, porta alegria e luz onde quer que vá, como os fragmentos de um sol despedaçado.
Cantemos o ouro, nascido do ventre fértil da Mãe Terra; tesouro imenso, leite loiro dessa teta gigantesca.
Cantemos o ouro, caudaloso rio, fonte de vida, que torna jovens e bonitos aqueles que se banham em suas maravilhosas correntes, e envelhece aqueles que não gostam de sua abundância.
Cantemos o ouro, porque dele se fazem as tiaras dos pontífices, as coroas dos reis e os cetros imperiais, e porque se derrama pelos mantos como um fogo sólido e inunda as capas dos arcebispos, e refulge nos altares e sustenta o Deus eterno nos ostensórios radiantes.
Cantemos o ouro, porque podemos ser uns perdidos, e ele nos coloca biombos para cobrir as loucuras abjetas da taverna, e as vergonhas das alcovas adúlteras.
Cantemos o ouro, porque a estampa de seu duro selo traz o perfil soberbo dos Césares; enche os cofres de seus vastos templos, bancos, e move as máquinas e dá vida e engorda os toucinhos privilegiados.
Cantemos o ouro, porque ele dá os palácios e carruagens, trajes elegantes, e os frescos seios das mulheres garridas; genuflexões dos bajuladores, e as caretas dos lábios eternamente sorridentes.
Cantemos ouro, pai do pão.
Cantemos o ouro, porque é ele que nas orelhas das lindas damas sustenta o pingente orvalho de diamante, engastado em tão belo e róseo caracol; porque nos seios ele sente o bater do coração e nas mãos, por vezes, é um símbolo do amor e da promessa sagrada.
Cantemos o ouro, porque tapa as bocas que nos insultam; detém as mãos que nos ameaçam, e venda os olhos dos patifes que nos servem.
Cantemos o ouro, porque sua voz é a música encantada; porque é heróico e reluz nas armaduras dos heróis homéricos, e nas sandálias das deusas e nos coturnos trágicos e nas maçãs do jardim de Hespérides.
Cantemos ouro, porque dele são as cordas das grandes harpas, os cachos das mais ternas amadas, os grãos da espiga e a túnica que veste a olímpica aurora.
Cantemos o ouro, prêmio e glória do trabalhador e repasto do bandido.
Cantemos o ouro, que passa pelo carnaval do mundo, disfarçado como papel, prata, cobre e até mesmo chumbo.
Cantemos ouro, amarelo como a morte.
Cantemos o ouro, tido como vil para os famintos; irmão do carvão, ouro negro que incuba o diamante; rei da mina, onde luta o homem para rasgar a rocha; poderoso no poente, onde se tinge de sangue; carne de ídolo; fazenda com que Phidias tece as vestes de Minerva.
Cantemos ouro, das fitas no cabelo, no carro de guerra, no punho da espada, nos louros que cingem as cabeças brilhantes, na taça do banquete dionisíaco, no pino que fere o coração da escrava, no raio do sol e no champanhe que borbulha, como uma poção de topázios ferventes.
Cantemos o ouro, porque nos faz gentis, educados e asseados.
Cantemos o ouro, porque é a pedra de toque de toda amizade.
Cantemos o ouro, purificado pelo fogo, como o homem pelo escrutínio; roído pela lima, como o homem pela inveja; golpeado pelo martelo, como o homem pela necessidade; realçado pela embalagem de seda, como o homem pelo palácio de mármore.
Cantemos o ouro, escravo, desprezado por Jerome, descartado por Antonio, vilipendiado por Macario, humilhado por Hilarion, amaldiçoado por Paulo, o Eremita, que tinha por morada palacial uma bruta caverna e por amigos as estrelas da noite,  as aves da aurora e as bestas selvagens e peludas do deserto.
Cantemos o ouro, deus bezerro, medula da rocha, misterioso e quieto em seu ventre, e agitado quando brota em pleno sol a toda vida, sonante como um coro de tímpanos; feto dos astros, resíduo da luz, encarnação do éter.
Cantemos o ouro, feito sol, apaixonado pela noite, cuja camisa de crepe irriga com o brilho das estrelas, após o último beijo, como uma miríade de moedas cintilantes.
Eia, miseráveis, bêbados, despossuídos, prostitutas, mendigos, vagabundos, ladrões, bandidos, desvalidos, peregrinos, e vós, desterrados, e todos vós, ociosos, e especialmente vós, ó poetas!
Unamo-nos aos bem-aventurados, aos poderosos, aos banqueiros, aos semideuses da terra!
Cantemos o ouro!




quinta-feira, 14 de janeiro de 2016






na conversa porosa
de nossos corpos
nos perdemos
entre cabelos  pelos pentelhos
entrementes
pelos poros suores mucosas
escorre
em salivas
viscosa cumplicidade
grudando
histórias numa só pele
fecundando
fantasias num só enlace 

(jun.2016)